martes

POESIA ALEMANAS CONTEMPORANEAS

Marcel Beyer
"Sonidos dchihád de la patria"

Sonidos dchihád de la patria tocan abajo
en el patio a oscuras como cada noche,
el cielo nocturo te mantiene despierto.

Ponen las cintas de El Cairo, el primo
los trajo, tú estás con las sombras,
con el ayer y con el silencio

de la noche anterior, piensas en ciertos
bizcochos, en divanes, no sabes por qué,
piensas en camas sin hacer y ves

como cambian las nubes de posición,
piensas en películas con noche americana,
estás con imágenes en sombras, con copos

de jabón y nieve, mientras abajo degeneran
los sonidos, cuando el primo canta con
voz ronca en el patio, delante del garaje

la siguiente estrofa, y el sonido llega
hasta la cuarta planta, hasta el dormitorio.
Al más joven se le queda en la garganta,

ya no domina estos sonidos. Qué pueden
hacer los padres, les cuesta hablar
en voz baja. Nada sé de sus conversaciones,

sólo de este sonido dentro de la garganta
El más joven no tiene hermanas,
la noche se le hace muy larga. Gutural,

y ronca: ayer durante horas miedo de
mirarse y el brazo como entumecido.
Desde entonces, el entumecimiento perdura,

o empieza la duermevela. Tocan hasta las siete,
ya amanece entre las casas, el niño pronto
de desperterá llorando, no conoce otro

tono. Tocan hasta las siete, después ya no
oyes nada del patio. En la calle circulan
los primeros coches, caes en un sueño ligero

"El Cairo"

En El Cairo estábamos acabados
del todo, las caras color de arena,
inmóviles como piedras.
El Cairo nos comía la piel
con gestos de vileza. Al despedirnos,
hace tiempo ya inficcionados.
Con luz azulvioleta, el sol
dejó de existir. Sobre taburetes
de El Cairo, los brazos en cabestrillo,
agrupados en medio del desastre
como orquestra de cine egipcio.
Remolinos de polvo, respiros
como El Cairo sonaban. Algunos
se pusieron, así lo aprendieron,
dos dedos en los ojos abiertos. En
El Cairo oímos las mulas roer el bocado
en medio del combate. En El Cairo
teníamos roncas las voces.
Teníamos fiebre en El Cairo, mas
no subía el mercurio por encima
de la medida justa. Al margen,
en El Cairo alguien escucha,
un derribado, escucha de despedida un
gramófono medio roto. Soy yo,
al que han bajado del cielo.

"Primer ordeñamiento"


Nosotros ante Jerusalén, a los diecisiete años.
A la intemperie nosotros, a ras del suelo, y ante
las arboledas de albaricoqueros en llamas. Nosostros,
en el diecisiete, allá donde se mezclan
los truenos. Allá los acordes y los placeres
de tenor. Comando de derribo. Adrede
distorsionamos la perspectiva, en mangas de camisa,
sobre el campo oloroso, en las clases de canto
en la retaguardia. Nuestra unidad en el frente
de Palestina, los nombres familiares desde siempre.
Los ejercicios, nasales. Los labios abultados. Cuánto
sebo. Y me emborroné. Todo este rollo.
Cómo se escrespaba. Ya cuando salió
a chorros. Con ese calor. Y nosotros, allí
arrasándonos las caras. Después todos
teníamos, todos, una boca como colonia,
miedo. Diecisiete y a ras del suelo. Éramos
tierra estos truenos. Intemperie. Y también
los albaricoqueros. Ardiendo. La piel encrespada y
asada. Todos querían bañarse,
por los copos en el aire. Allá, en el hospital
en Wilhelma. Y es que estoy enfermo,
bajo la axila. Un don nadie, con uñas comidas.
Tengo fiebre ahora. Los albaricoques
son extraños para mí. Tampoco
mantengo conversaciones.

"Cachorros"

Ay, los bien planchados, chulos
jóvenes en la mesa de al lado, beben
el tanque de cerveza e intercambian
revistuchas. Uno tira al levantarse
la botella y va embadurnando,
con un paquete entero de kleenex,
uno tras otro, el asiento de
plástico. Pelo corto y pomada.
Aparador muerto. En el lavabo
de chicos, buenas piezas. Un viejo calvo
se pellizca algo de los labios.
Tío-Humer. Encorbatado. Lustrado.
Cachorros. Azul nervioso. Con andares
chacloteantes, Viena-oeste, rondeadores
sudorosos. Fuma más deprisa, chulo.
Sincondón. Quizás de cien a
doscientos chelines, en los suburbios,
bares de trabajadores, distrito diecisiete. Troto
bajo la lluvia, de una ventana abierta,
piso superior, vapor.

Hans Magnus Enzensberger
Más ligero que el aire - Poesías morales. Barcelona 2002
Cancioncilla optimista


Ocurre aquí y allá
que uno grita:¡ayuda!
Ya salta otro al agua,
totalmente gratis.

En medio del capitalismo más hinchado,
aparece el brillante servicio de bomberos
por la esquina y apaga, o en el sombrero
del mendigo hay plata de repente.

Por la mañana están llenas las calles
de personas que sin sacar el cuchillo
van de acá para allá, con el alma tranquila,
a la busca de leche o de rabanillas.

Como en la paz más profunda.

Un panorama fantástico.

Más ligero que el aire

Demasiado peso
no tienen las poesías.
Mientras la pelota de tenis sube,
es, creo,
más ligera que el aire.

El helio en cualquier caso,
la inspiración, esa cosquilla
en nuestro cerebro,
también el fuego de San Telmo
y los números naturales.

Ellos no tienen apenas peso,
por no hablar de los imaginarios,
sus distinguidos primos,
a pesar de que son numerosos.

Según sé, esto vale también
para la corona radiada de los imanes,
que no vemos,
para la mayoría de las aureolas
y para todas las melodías de vals sin excepción.

Más ligero que el aire,
como la preocupación olvidada
y el humo azulado
del definitivamente último cigarrillo,
es, claro, el yo
y, según sé,
sube el olor de la víctima del incendio,
que tan propicia es a los dioses,
siempre hacia el cielo.
El zepelín también.

Así y todo mucho se queda
en suspenso.
Lo que tiene un peso más ligero es tal vez
lo que queda de nosotros
cuando estemos bajo tierra.

Stefan George
Recorremos en el rico oropel de las hayas


Recorremos en el rico oropel de las hayas
El paseo casi hasta el portal
Y vemos fuera en el campo tras la verja
El almendro en flor una vez más.

Buscamos los bancos libres de la sombra
Donde una voz extraña jamás nos infundió temor
En sueños se cruzan nuestros brazos
Nos deleitamos en el largo y dulce resplandor

Con gratitud sentimos el susurro leve de las gotas
Con que el vestigio de un destello nos cae de las copas
Y oímos y miramos en instantes mudos
Golpear en el suelo los frutos maduros.

Else Lasker-Schüler
Entrega


Miro las hileras de imágenes de las nubes,
hasta dispersarse y descubrir su ruta azul.
Flotaba solitaria en todos los mundos,
descifré los estrelloglíficos
y los signos lunares en torno al hombre.
Y tímida me pregunté si o cuando
alguna vez he nacido y después muerto.
Un vestido de duda tenía puesto,
qué antiguo dolor, consagrado a mí,
tejió en la rueda del tiempo.
Y cada imagen que de este mundo gané
perdí doblemente, y también lo que imaginaba.


Mi piano azul, de Mi piano azul y otros poemas

Tengo en casa un piano azul
Aunque no sé ninguna nota.

Está a la sombra de la puerta del sótano
Desde que el mundo se enrudeció.

Tocan cuatro manos de estrella
-La mujer-luna cantó en la barca-,
Ahora bailan las ratas en el tecleo.

Rota está la tapa del piano...
Lloro a la muerta azul.

Ah, queridos ángeles, abridme
-Comí del pan amargo-
A mí con vida la puerta del cielo-
Incluso contra lo prohibido.

Hermann Hesse
De noche


De noche lentamente
andan por el campo las parejas,
las mujeres sueltan su pelo,
cuenta su dinero el comerciante,
los ciudadanos leen con temor las novedades
en el diario de la tarde,
niños con los pequeños puños cerrados
honda y suficientemente duermen.

Cada uno hace lo único verdadero,
sigue una misión sublime,
lactante, ciudadano, parejas:
¿y yo, en cambio, yo no?

¡Sí! También mis nocturnos actos
cuyo esclavo soy,
no pueden escapar al espíritu del mundo,
ellos también tienen sentido.

Y voy así, de un lado para otro,
bailo íntimamente,
susurro tontas canciones callejeras,
a Dios alabo y a mí mismo,
bebo vino y fantaseo,
como si fuera un bajá,
siento en los riñones unas molestias,
sonrío, bebo más,
a mi corazón digo sí
(mañana es imposible),
tramo a partir de pasados dolores
un poema, como jugando,
veo rodar la luna y las estrellas,
intuyo su sentido,
siento como si viajara con ellas
no importa a dónde.

Gottfried Benn
Apéndice, de Morgue o El lazareto


" Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.

"Señor profesor, todo está listo."

La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?

¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."

Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.

"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero -Dios del cielo- querido,
¡apriete más esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.

Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."

Vientre cerrado. Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días, señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos. "

Bertolt Brecht
A los hombre futuros, de Poesías escritas durante el exilio


I
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.

Erich Kaestner
Si hubiésemos ganado la guerra


Si hubiésemos ganado la guerra - santo cielo! -
Con puños de hierro y banderas al viento,
Toda Alemania estaría en seises y sietes
Y se vería como una casa de locos el mundo…
Entonces la Razón sería conservada en cadenas
Y forzada, en la corte, a besar el poder tiránico
Nuevas luchas serían peleadas como operetas
Si hubiésemos ganado la guerra - sin embargo,
No la ganamos, y gracias a Dios por eso.

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